Desenmascarando a un mito







(Texto extraído de Fortuna de Mar)
Debido su fracaso al frente de la Contra Armada, sir Francis Drake, el azote de los españoles, quedó relegado al ostracismo durante los siguientes seis años.
Durante este tiempo trabajó incansablemente para ganarse nuevamente el favor de la reina, e insistió para que Inglaterra organizase una gran expedición naval contra los territorios españoles de ultramar con el objetivo de crear una colonia permanente en Panamá (que en otra ocasión ya había saqueado con éxito) desde la que poder atacar el comercio marítimo español. Esta vez Drake estaba seguro de que sus fuerzas serían superiores a las que encontraría en Panamá y saldría victorioso. Su perseverancia acabó convenciendo a la reina, quien le dio la oportunidad de resarcirse. Pero tras el descalabro al que había conducido a la Armada Invencible Inglesa, el corsario había perdido credibilidad, de ahí que el mando de la expedición tuviese que compartirlo con Hawkins. Para el mando de las fuerzas de desembarco se designó a sir Thomas Baskerville.

 La nueva armada de Drake zarpó sigilosamente de Inglaterra para no ser descubierta; la necesidad de abastecerse de agua los llevó hasta las Canarias. Baskerville, tras ver las defensas de las Palmas, afirmó que podía tomar la plaza en cuatro horas. Su seguridad e insistencia hizo que los comandantes ingleses le permitiesen a atacar la ciudad. El gobernador, don Alfonso de Alvarado, organizó a toda prisa una milicia civil así que fueron avistadas las velas enemigas. El ataque de Baskerville fue rechazado por los milicianos canarios. El arrogante comandante de las fuerzas de desembarco se presentó ante Drake y Hawkins para comunicarles que tal vez no consiguiese tomar la plaza en cuatro horas, pero estaba seguro de conquistarla en cuatro días. Ambos comandantes de la flota, cuyos barcos habían recibido un duro castigo de la artillería de costa, temiendo que luego pidiese cuatro semanas y posteriormente cuatro meses se negaron a darle más tiempo. No obstante, los británicos seguían teniendo el problema de abastecer de agua a la escuadra para el viaje transoceánico, por lo que volvieron a intentar aprovisionarse en una despoblada bahía. La dotación del bote que enviaron a tierra fue sorprendida por una patrulla española que mató a ocho ingleses y apresó a otros dos. Los prisioneros informaron detalladamente a los españoles de cuáles eran los planes de Drake y don Alfonso de Alvarado, sin dudar ni un instante, mandó aviso de inmediato a la península y a las Indias. Tras conocerse la noticia en la corte, se organizó una flotilla de socorro, al ritmo de la sempiterna burocracia nacional, compuesta por cinco fragatas al mando de don Pedro Téllez de Guzmán. El diseño de estos novedosos barcos pequeños, rápidos y maniobrables, y el gran conocimiento de los vientos y corrientes del Atlántico que tenían los marinos españoles —en aquellos tiempos el Atlántico era el patio trasero de casa— permitió que Téllez, forzando vela, llegase al Caribe al mismo tiempo que los ingleses. El caso es que a pesar de la enorme ventaja que llevaba el corsario inglés a la flotilla de socorro, su desconocimiento de las rutas de navegación (muy probablemente la única información y cartografía de que dispondría sería la sustraída de algún barco español apresado, cuyo capitán y oficiales habrían caído en el asalto por lo que nadie se ocupó de tirar por la borda las cartas de navegación y derroteros españoles), hizo que llevase a su flota de recalmón en recalmón donde la disentería se cebó con sus hombres. El socorro español tropezó con la retaguardia de Drake en las inmediaciones de la isla Guadalupe. Los cinco barcos españoles atacaron a nueve barcos ingleses; capturaron uno y pusieron en fuga al resto. Téllez supo cuáles eran los planes inmediatos de Drake por los prisioneros: apoderarse del galeón cargado de oro Nuestra Señora de Begoña que se refugió en San Juan de Puerto Rico tras sufrir graves desperfectos en un temporal. La flota española puso rumbo a Puerto Rico a toda vela adelantándose de nuevo a los pesados y lentos barcos ingleses. Para la defensa de la plaza solo se podía contar con los cuatrocientos hombres de la guarnición reforzados por trescientos del galeón y quinientos de la flota auxiliadora. Para impedir el acceso de los ingleses al puerto se echaron a pique en su bocana varios barcos viejos entre los que estaba el galeón averiado. Se montaron baterías en puestos estratégicos y se colocó a las cinco fragatas de forma que cubriesen con su artillería la entrada de la bahía. Los intentos británicos por tomar la plaza se estrellaron contra las defensas españolas. Por fin Drake se retiró con numerosas bajas, entre las que estaba Hawkins, y las manos vacías.

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